"Don't let me fall"

 


Dios dijo: «Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré». 

Gn 22, 2

Suena en mi mente como una hermosa melodía de fondo -capaz de invitar a la contemplación- una antigua canción popera. Pero es que se parece tanto a una frase del gran doctor de la Iglesia Agustín de Hipona, que resulta imposible resistirse a la invitación de convertir en oración la frase extraída de una letra profana: "...I'll give you all that I have to give and more. But don't let me fall". (Lenka, 2008).

Te daré todo lo que tenga que darte y más. Pero no me dejes caer. Y es que, la primera lectura propuesta por la liturgia para el II Domingo de Cuaresma (Ciclo B), nos recuerda de la mano de Abraham, que los que quieren ser  verdaderos hombres y mujeres de Dios, están llamados a vivir radicalmente para Dios.

"Hay un porro unum necessarium del alma en su relación con Dios" (Chiara Lubich, 1948) y ese necesario es Dios mismo, no las cosas de Dios, ni los dones de Dios, sino Dios... Solamente Dios. En este sentido la figura de Abraham, como muy bien lo señala el Catecismo de la Iglesia, se vuelve modélica para todos nosotros:

«Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin      saber a dónde iba» (Hb 11,8; cf. Gn 12,1-4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra prometida (cf. Gn 23,4). Por la fe, a Sara se le otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (cf. Hb 11,17). (Cf. CEC 145).

Si creemos en Dios y le creemos a Dios, estamos llamados a confiar totalmente en el proyecto salvífico que amorosamente ha diseñado para nosotros -aunque de pronto no lo entendamos-. Y sin embargo, nuestra debilidad nos hace tambalear frente a los insospechados caminos con los que el Señor nos sorprende, es entonces cuando se hace necesario confiar aún más y recordar que lo único que necesitamos, para alcanzar nuestra anhelada plenitud, es a Dios y esa convicción nos hará capaces de obedecer y ofrecer con generosidad a "nuestro Isaac", sea lo que sea. Por que en el fondo, si lo pensamos con detenimiento, la fuente de la alegría de Abraham no era Isaac, sino el Dios que le ama y siempre cumple sus promesas.

Entonces, en el momento de las grandes renuncias y de los terribles desapegos, le diremos de rodillas con San Agustín: ¡Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras!, O quizas -como cristianos del siglo XXI que debemos orar hasta donde menos se espera- con los auriculares en los oídos, mientras se reproduce una antigua canción popera- estableceremos nuestra comunicación con nuestro Padre -sin que nadie lo sospeche- y le repetiremos desde los más profundo de nuestro corazón: "...I'll give you all that I have to give and more. But don't let me fall". (Lenka, 2008).

Comentarios